lunes, 14 de diciembre de 2009

La Capillita

Santa Maria de los Buenos Aires, la vieja ciudad porteña guarda como tesoros escondidos muchas casonas con pasajes subterráneos desconocidos, la gran mayoría datados entre 1890 al 1900, años estos, que fueron de gran apogeo en construcciones al estilo europeo y de intrigas de poderes entre las familias pudientes de la “nobleza criolla y la extranjera”.
Apenas alejado del centro matriz, que aun hoy conserva un puerto, se construyeron por aquellos años, algunas de las casas que conservadas, hoy gozan de mayor antigüedad, muchas fueron casonas de personas adineradas que de algún modo estaban codeándose con el poder, ya en lo político, en lo eclesiástico o en lo militar.
Así también, la casa del antiguo Monasterio de los Monjes Recoletos, tuvo sus escondites y pasadizos, de los cuales aun hoy la gente sigue hablando.
En la actualidad, una gran parte de este monasterio fue destinada a convertirse en Casa de Cultura y Museo, brindando en sus salas las exposiciones más exquisitas y visitadas de toda Buenos Aires.
María de las Mercedes Mendirola, mas conocida por Merceditas, era viuda del primer alcalde rosista, Don Francisco de Quevedo Alzaga, había heredado una casona, no muy alejada del antiguo convento, la cual tenia una capillita en su patio donde cada domingo un sacerdote recoleto venia a celebrar la santa misa. Poco a poco los criados y servidumbre fueron yéndose de la casa, ya por la ley que los libertó o vendido por Doña Merceditas a algún familiar mas adinerado, al menos aquellos criados que aun pertenecían a la familia.
Como ya no había nada en la vieja casona que la retuviera y los familiares que le quedaban a Doña Merceditas vivían en el campo, la viuda decidió vender la propiedad a un viejo amigo de su esposo, Don Hilarión Martínez Delafuente, un comerciante como pocos, capaz de venderles armas y provisiones a criollos y aborígenes.
Doña Merceditas pensaba vender la casona y marcharse a vivir en una de las estancias que fuera de su padre, donde aun vivía una hermana mayor, con quien gustaba visitarse
.- Este Buenos Aires se esta poniendo muy concurrido y ya no tiene la Paz de antaño, solía decir Merceditas a su hermana, como excusa para dejar la antigua casona.
Cuando don Hilarión toma posesión de la propiedad, lo primero que quiere hacer es derrumbar la antigua capillita para construir allí las nuevas habitaciones del flamante hotel, que tenia en mente desde hacia tanto tiempo, luego de su último viaje a Europa.
Fue a consultar con un constructor por la demolición de la capilla y a mostrarle los planes de construcción de su hotel al mejor estilo europeo, pensando que este aceptaría de inmediato, dado las ganancias que podría obtener quien lo construyera, pero para su sorpresa, se encontró con una cerrada oposición, so pretexto de que ese acto era una herejía digna de una excomulgación por el obispado y además le aseguró que ningún constructor aceptaría cometer semejante barbarie.
Don Hilarión no era lo que se dice un cristiano creyente, es mas, algunos decían que era un hereje, cuando no aplicaban calificativos mayores e irreproducibles.
La cosa fue que contrató, usando sus influencias, a un equipo de obreros que demuelen casi por completo la construcción, al llegar a los cimientos, se dan cuenta que algunas partes, al golpear con los picos el piso, suena a hueco, previendo lo que podría pasar mas adelante, deciden dar el aviso a Don Hilarión, Este, entusiasmado por completar la nueva construcción, no le da mayor importancia al comentario y ordena tapar cualquier hueco con tierra para continuar con lo planeado.
Así los obreros se ponen a quitar los escombros de la antigua capilla derrumbada y luego de varios días de trabajo, encuentran en el suelo cubierta de una capa fina de piedras blancas, una tapa como de cerámica, muy gruesa, que se rompe por completo al levantarla dejando al descubierto una entrada con escalones de piedra a unos pasadizos abovedados, de no más de un metro y medio de alto por apenas un metro de ancho, que a su vez, estaban tapiados a unos pocos metros del predio de la construcción.
Al entrar a inspeccionar, el olor de aquellos pasadizos era nauseabundo pero, una vez ventilado, al internarse mas adentro, había lugares en que parecía oler a lirios o a rosas, y notaron que brotaba de las paredes laterales algo como agua, pero más espeso.
Cuando le comunican al dueño el descubrimiento, Don Hilarión, fue cautivado por la curiosidad, y ordena derribar los tapones que hubiera, hasta saber a donde conduce el túnel.
El viejo comerciante, soñaba con encontrarse al final de aquellos pasadizos, ante un gran tesoro en cofres sellados, repletos de monedas de oro y piezas peruanas, escondido quizás, por algunos de los antiguos dueños.
Llevaban ya casi un año de trabajo y después de sacar montañas de barro huesos y piedras lograron abrir unos doscientos metros del extraño túnel, que parecía girar en redondo bajo la propiedad, los olores curiosamente eran casi siempre a rosas o a flores, cada quien lo sentía de diferente perfume, pero a pesar de los esfuerzos, aun no sabían donde terminaba, ni habían encontrado nada que no fueran huesos y ese raro olor a flores que parecía emanar de las mismas paredes.
La obra del hotel, llevaba desde luego todo ese tiempo de atraso, Don Hilarión, había ido incrementando en número los obreros, con el afán de terminar pronto de descubrir algún secreto en el extremo del túnel.
Lo que provocó que se fuera quedando con menos dinero para invertir en la pretendida construcción del hotel.
Por fin, al año y dos meses, de iniciados los trabajos, decide renunciar a los misterios y ordena volver a tapar el pasadizo a unos treinta metros de la entrada, dispuesto a dejar esa parte del túnel como una cava para los vinos.
Los obreros siguiendo las instrucciones, tapian el pasadizo y continúan con la construcción del hotel.
Al completarse casi un año, de reanudadas las obras
Llevaban levantadas las paredes gruesas de cinco habitaciones, la cocina, un hall y dos dependencias, todo aun sin techar.
Un día 26 de mayo, al regresar a la obra, luego del festejo patrio, encuentran todas las paredes derrumbadas como si un gigante hubiera empujado una a una las gruesas paredes y las hubiera tirado al suelo sin el menor esfuerzo.
Corrieron a avisar al dueño, y ante semejante despropósito, tanto Don Hilarión como los obreros no salían de su asombro y tampoco de su bronca por lo ocurrido, la cuestión, que allí se iniciaron mutuas acusaciones, primero contra los albañiles, que no habían hecho el trabajo como debían y de éstos contra Don Hilarión, porque seguramente ese desastre lo habían hecho los contra partidarios del dueño, que andaba metido en política.
Don Hilarión terminó enfermándose de pulmonía primero y bronquitis después, muriendo a los quince días, luego de varias recaídas, dejando la propiedad sin heredad, porque no tenía hijos propios ni reconocidos.
Los albañiles que habían estado trabajando en aquella obra, a pesar de haberse quedado sin trabajo y algunos sin paga, dejaron de lado los rencores y reclamos para asistir al velorio que se celebraría en la antigua casona.
Servicio que quedó a cargo de una vecina, que preparó los oficios, tal como se solía usar en aquellos tiempos.
Cual no seria el asombro de los albañiles cuando al pasar por lo que había sido la construcción no había un solo vestigio de la misma, ni un solo ladrillo, ni un solo pedazo de mampostería, solo el antiguo piso de la capilla donde algunas pequeñas piedras blancas se distinguían en un hueco.
Algunos con disimulo buscaron la entrada al pasadizo que habían descubierto y que tanto les había costado limpiar, pero todo se encontraba tal como lo hallaron al principio luego de la demolición de la capilla, una fina capa de piedras blancas, cubrían algo así como una enorme y gruesa tapa de cerámica con una cruz y una inscripción en arameo que jamás entendieron.